Raquel García
La CDMX enfrenta contaminación persistente por ozono y PM2.5. Con 12 contingencias en 2024 y al menos 6 en 2025, la ciudad incumple la Norma Oficial Mexicana, elevando riesgos de salud.

La Ciudad de México enfrenta una contaminación atmosférica persistente que en 2025 ha superado límites normativos en múltiples ocasiones, con ozono (O3) y partículas PM2.5 como principales contaminantes. En 2024 se declararon 12 contingencias ambientales en la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), 11 por ozono y una por PM2.5, el mayor número desde 1993; en lo que va de 2025 ya suman al menos seis, incluyendo episodios en enero, febrero y marzo por concentraciones de ozono superiores a 155 partes por billón (ppb) en estaciones como Gustavo A. Madero y Tlalnepantla.
Esta recurrencia pone en evidencia el incumplimiento sistemático de la Norma Oficial Mexicana, que establece límites rigurosos para la protección de la salud. Para el ozono, la norma exige no rebasar los 0.090 ppm en promedio horario, con una meta aún más estricta de 0.060 ppm en promedio de ocho horas. Sin embargo, el Sistema de Monitoreo Atmosférico (SIMAT) registra que estos umbrales se exceden de manera frecuente.
El ozono se presenta como una amenaza marcadamente estacional. Históricamente, el periodo de marzo a junio concentra el 89% de las contingencias declaradas entre 2016 y 2024. Su formación y concentración se ven potenciadas por la combinación de altas emisiones vehiculares y condiciones meteorológicas adversas, como los sistemas anticiclónicos que estancan la dispersión de contaminantes sobre el Valle de México.
Por otro lado, las partículas suspendidas representan un riesgo persistente. Aunque la Norma establece un límite de 33 µg/m³ para PM2.5 en 24 horas, la ZMVM excede estos umbrales durante más de seis meses al año. Las fuentes de estas partículas son diversas, con el sector vehicular aportando aproximadamente el 90% de las emisiones primarias en la Zona Metropolitana, complementadas por las actividades industriales y el consumo energético.
La exposición a estos contaminantes tiene consecuencias directas y graves sobre la población, incrementando los riesgos de enfermedades respiratorias y cardiovasculares, y elevando las tasas de mortalidad, especialmente entre grupos vulnerables.
A pesar de la implementación de medidas restrictivas temporales, como el programa Hoy No Circula doble, la frecuencia de los episodios de mala calidad del aire solo ha ido en aumento. La crisis actual exige una respuesta política mucho más robusta e integral. Se requiere un control más estricto de las fuentes de emisión, una inversión seria en tecnologías de monitoreo en tiempo real y el desarrollo de modelos de pronóstico más efectivos que permitan a las autoridades anticipar y mitigar los efectos de esta crisis ambiental.

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