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Bajo tierra y en alerta: la vida de los operadores de misiles nucleares

Redacción: Arturo Cruz

Las tripulaciones de ICBM en Estados Unidos se encuentran en cápsulas subterráneas —conocidas como “peanuts”— donde oficiales en doble turno coordinan el lanzamiento, girando llaves y palancas al unísono, con múltiples redundancias para evitar errores o actos no autorizados.  

Están preparados para un escenario apocalíptico: esperan sentados, protegidos por 18 metros de tierra, puertas blindadas y sistemas internos de supervivencia, confiando en llegar a la superficie tras un ataque.  

Hoy, en plena rivalidad geopolítica, EE.UU. moderniza su “tríada” nuclear: reemplaza los misiles Minuteman III por los nuevos Sentinel. Sin embargo, este programa ha sufrido sobrecostos: su presupuesto creció un 80 %, alcanzando 141 mil millones de dólares para 2024. El retraso en la entrada en servicio, pospuesta de 2030 hasta posiblemente 2038, obligó a extender la vida útil del Minuteman.  

La infraestructura civil y militar es un reto: silos de los años 60–70 requieren reconstrucción —no solo remodelación— debido a hormigón degradado e infiltraciones. Se planea reemplazar cables de cobre por fibra óptica y reducir el número de instalaciones.  

El debate es intenso: críticos como Daryl Kimball sostienen que los ICBM son desestabilizadores y costosos, proponiendo confiar en submarinos y bombarderos; defensores como Eric Edelman afirman que los misiles terrestres fortalecen la disuasión al obligar a un posible adversario a lanzar numerosos misiles en un primer golpe. 

Los jóvenes oficiales —tenientes y capitanes— trabajan en ciclos de 24 horas cada tres días dentro de las cápsulas: ven series, estudian y mantienen el equilibrio emocional en un entorno cargado de tensión. En una cápsula Foxtrot01, se describía la experiencia como “Muerte desde abajo”, una misión que esperan no tener que ejecutar.  

Más allá de los dilemas estratégicos y presupuestales, la modernización de la tríada nuclear también plantea preguntas urgentes sobre su impacto ambiental. La reconstrucción de silos, el uso de materiales altamente contaminantes y el eventual desecho de sistemas antiguos implican riesgos de contaminación del suelo, generación de residuos tóxicos y afectaciones a ecosistemas cercanos a las instalaciones. 

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