Redacción: Daniela Paredes Rocha
El increíble árbol carbonero del parque de Bolívar en Medellín otorga soportes metálicos para retrasar su colapso. Conoce por qué esta especie única está en riesgo y los refuerzo para preservar su historia.

Uno de los carboneros ancianos que sigue en pie, perteneciente a una especie que solo existe en Medellín, recibió el apoyo de un brazo metálico para evitar que su arqueamiento lo lleve a una pronta muerte. Feo, noble y único. El carbonero del parque de Bolívar está llegando, sin exageración ni dramas, al final de su vida. Aunque la ciudad se ha tardado en darle su lugar y comprender el valor de su existencia, ahora intenta saldar esa deuda y aliviar su deterioro otorgándole atención para alejar, un poco más, el día de su muerte. Por ejemplo, hoy cuenta con soportes: unos robustos brazos de metal que evitan que siga inclinándose y que pueda caer.
Los registros, que por fortuna han sido más o menos juiciosos desde el principio, cuentan la historia de estos árboles que nacieron y crecieron a medida que Medellín se convertía en ciudad. Dicen que los carboneros se sembraron en los años 20. No eran árboles elegantes como los algodones o los falsos laureles; eran más bien rudos, tercos y resistentes, pues lograron mantenerse en pie a pesar de ser mutilados para usar sus ramas como carbón y de ser lastimados y convertidos en orinal y basurero público.
Y eso que hace ocho décadas se sabe que se trata de una especie única, que solo existe en Medellín. Lo descubrieron en los 40, cuando el botánico Rafael Toro recorría la ciudad con dos estadounidenses; sí, hace 80 años también había gringos con ganas de conocer Medellín, aunque venían con fines más nobles. Sus nombres eran Nathaniel Britton y Ellsworth Killip, dos botánicos inquietos que buscaban recolectar plantas y, quizá, hallar alguna extrañeza. Caminaban por el Parque de Bolívar cuando encontraron un árbol pequeño y encorvado, coronado por una flor desarreglada, como una brocha roja. Se detuvieron a revisarlo con calma y poco a poco fueron descubriendo su extrañeza. Era un carbonero, sí, pero distinto: tenía hojas más pequeñas, era un poco más alto que los carboneros normales y su flor era, en realidad, varias flores unidas por un eje. Concluyeron que no había otra especie igual y la bautizaron Calliandra medellinensis.
Pero la Calliandra paisa nació condenada. Nació en Medellín para morir aquí mismo, pues a pesar de los esfuerzos de científicos locales y foráneos, no ha sido posible lograr que su semilla nazca en otro lugar. Por alguna razón, prácticamente su único lugar en el mundo es el perímetro del Parque de Bolívar, donde las pocas semillas exitosas dieron vida a la mayoría de los jorobados que han resistido los ataques del tiempo.
El soporte metálico fue instalado hace un mes. No es invasivo ni produce daño alguno en la estructura del árbol; está dispuesto de manera específica para funcionar únicamente como contención y retrasa los inevitables efectos de la gravedad.
El carbonero se suma a la lista de árboles que ya tienen sus propias “muletas”: la ceiba del Hospital La María, el piñón de oreja de Robledo y el algarrobo de San Pablo, que alguna vez estuvo condenado a la tala y hoy se mantiene recto gracias a una estructura similar. Cada uno con su historia, con sus huellas de fuego, de rezos, de memoria. Aunque el carbonero siempre tendrá una historia especial.
“Si pudiéramos hablar de un árbol que representa a Medellín, tendría que ser el carbonero. Lleva el nombre de la ciudad”, recalca la profesional.

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