Cuando el Partido de la Revolución Democrática era una institución con mucha fuerza política, que tenía a Andrés Manuel López Obrador como su dirigente, una amiga reportera de La Jornada que cubría la fuente política, me dijo en ese entonces que al interior de ese organismo había una guerra cruenta entre las tribus de diferentes facciones por el poder y por quedar bien con el líder.
Algo similar está sucediendo ahora en el Movimiento de Regeneración Nacional o Morena, aunque formalmente los estatutos del partido, en el artículo 3, inciso G, prohíbe facciones, corrientes o grupos, los golpes por debajo y por encima de la mesa entre los grupos de poder, es de todos los días como vimos con la disputa por las candidaturas de las ocho gubernaturas y la jefatura de gobierno de la Ciudad de México.
Fue muy clara la “guerra” que se libró durante semanas entre los seguidores de Omar Hamid García Harfuch y de Clara Marina Brugada Molina por la candidatura al gobierno de la capital del país, ante una impotente Claudia Sheinbaum Pardo, que tiene el bastón, pero ya vimos que el mando lo sigue teniendo el presidente. Tanto uno como otros aspirantes se comportaron muy diplomáticos en público, pero ambos peleaban hasta con los dientes esa posición.
Amos de la simulación, Sheinbaum y Mario Delgado fingieron su derrota con la paridad de género, ordenada por el Instituto Nacional Electoral, que determinaba cinco mujeres y cuatro hombres para las nueve posiciones para la elección del 2024. Además, la aspirante presidencial morenista también disimuló su revés al declarar que no tenía candidato favorito siendo que ella había elegido a García Harfuch y hasta lo hizo renunciar a su puesto de secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, pero los duros de Morena lo rechazaron de inmediato y lo atacaron constantemente por todos los medios.
Fue sintomático que en el evento que tuvo el jueves 9 de noviembre pasado Claudia Sheinbaum en la Arena Ciudad de México, mientras ella insistía por la unidad, los simpatizantes de Brugada y de García Harfuch se disputaban la supremacía con gritos y porras. Llegó un momento que mejor guardó silencio.
Para la candidatura al gobierno de Puebla también hubo diferencias notorias entre los primos Alejandro Armenta Mier e Ignacio Mier Velazco. La ganó el primero, pero el segundo se inconformó porque la pensaba segura después de invertir millones de pesos en su aspiración y servir prácticamente de tapete con el presidente López Obrador en la aprobación de las iniciativas sobre los presupuestos de Ingresos y Egresos y haber propuesto la desaparición de los fideicomisos del Poder Judicial, que le daban al gobierno 15 mil millones de pesos más para ejercer.
Otro de los inconformes y muy enojado fue Antonio Pérez Garibay, quien pensó que por ser padre del corredor de autos Sergio Pérez, podía influir para ser aspirante formal al gobierno de Jalisco, pero perdió por paridad de género con la ungida Claudia Delgadillo.
En los otros estados fueron elegidos quienes debían ser: Rocío Nahle, en Veracruz; Eduardo Ramírez, en Chiapas; Alma Alcaraz, en Guanajuato (aquí el perrito faldero de Ricardo Sheffield aceptó sin chistar porque le conviene. Al rato lo regresan a la Profeco o le dan otro puesto en el gobierno); Margarita González, en Morelos; Javier May, en Tabasco, y Huacho Díaz, en Yucatán.
Ya decididas las nueve candidaturas por el dedo de López Obrador, con la apariencia de encuestas, al parecer hubo operación cicatriz y todos supuestamente quedaron conformes, pero estoy seguro de que las diferencias van a seguir y se van a ensanchar en Morena porque la lucha por el poder está desatada. Y agárrense los morenistas cuando el de Macuspana salga de la presidencia y ya no haya un líder o lideresa fuerte para sustituirlo.
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