Redacción: Guicel Garrido
El calentamiento global desata una crisis de salud en América Latina, disparando las muertes por calor y ampliando el territorio de enfermedades como el dengue.

América Latina enfrenta una emergencia ambiental y sanitaria sin precedentes. El aumento sostenido de las temperaturas no es solo una amenaza ecológica, sino una crisis de salud humana con un costo económico y social devastador, según recientes hallazgos científicos.
En 2024, la región experimentó un calentamiento promedio de 1°C, un salto que intensifica los fenómenos extremos. Esta alteración climática está redefiniendo el mapa de riesgos. En solo dos décadas, las muertes directamente atribuibles al calor se han disparado un alarmante 103%, afectando de manera desproporcionada a grupos vulnerables como niños y adultos mayores.
Uno de los impactos más visibles del desequilibrio ambiental es la expansión de las enfermedades tropicales. El aumento de las temperaturas y los cambios en los patrones de lluvia han ampliado el hábitat del mosquito Aedes aegypti, vector del dengue. Hoy, este insecto encuentra un 66% más de condiciones climáticas favorables que hace 70 años, lo que se traduce en brotes históricos en países como Argentina y una idoneidad climática disparada en lugares como Bolivia.
Pero no solo los vectores prosperan, las costas cálidas están facilitando la propagación de bacterias como el Vibrio no colérico, que causa infecciones gastrointestinales y cutáneas, con un aumento del 6.7% en zonas propicias para su transmisión.
El impacto ambiental se traduce directamente en pérdidas económicas masivas, los desastres climáticos le costaron a la región más de 19 mil millones de dólares en 2024. Además, el calor extremo no solo mata, también paraliza la productividad: las pérdidas laborales por las altas temperaturas superaron los 52 mil millones de dólares.
Otro factor ambiental crítico es la escalada de los incendios forestales, el riesgo extremo de estos siniestros ha crecido un 26% en la región, liberando una nube de partículas tóxicas que contaminan el aire y dañan gravemente los sistemas respiratorios y cardiovasculares, exacerbando los problemas de salud ya creados por el calor.
Pese a la magnitud de la crisis, la respuesta de América Latina es lenta. La dependencia energética sigue siendo un cuello de botella ambiental: el 79% de los latinoamericanos aún usa combustibles fósiles para cocinar, lo que degrada la calidad del aire interior y agrava el calentamiento global.
Apenas una minoría de países coordina sus servicios meteorológicos con los sistemas de salud. La falta de preparación se extiende a la formación profesional, con menos del 20% de los futuros expertos en salud pública recibiendo capacitación sobre la amenaza climática.
La región está en una encrucijada y la inacción perpetúa un ciclo destructivo que amenaza vidas, ecosistemas y la estabilidad económica, urgiendo una transición rápida y coordinada hacia la sostenibilidad ambiental y la resiliencia sanitaria.

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