Redacción: Inés Arroyo
Los cambios repentinos entre temperaturas extremas, de calor a frío o viceversa, se han vuelto cada vez más comunes en distintas partes del mundo. Estos fenómenos, según un estudio publicado en “Nature Communications”, se han intensificado desde 1961 y seguirán aumentando a lo largo del siglo si no se reduce la emisión de gases de efecto invernadero.
La investigación fue realizada por expertos de China, Canadá y Estados Unidos, y liderada por la Universidad de Guangzhou. El análisis combinó datos históricos con modelos climáticos para proyectar el comportamiento de estos cambios hasta el año 2100. La conclusión es contundente: más del 60% del planeta ya ha experimentado un aumento en la frecuencia, intensidad y rapidez de estas transiciones térmicas.
Las zonas más afectadas incluyen Europa Occidental, América del Sur, África, y Asia del Sur y Sudeste. En estos lugares, las oscilaciones de temperatura suceden en lapsos cada vez más cortos, lo que impide a las personas, los ecosistemas y las infraestructuras adaptarse a tiempo.
El estudio advierte que estos cambios bruscos amplifican los impactos del calor y el frío extremos: sequías, olas de calor, enfermedades, daños a los cultivos y fallas en los sistemas de energía. En especial, los países con menos recursos enfrentarán mayores riesgos. Las proyecciones señalan que su exposición a estos fenómenos podría ser entre cuatro y seis veces mayor que la media global.
Aunque los efectos del calor y el frío por separado han sido ampliamente estudiados, este informe se enfoca en las consecuencias de las transiciones rápidas entre ambos extremos, un fenómeno del que hasta ahora se sabía poco.
De mantenerse los niveles actuales de emisiones, se espera que entre 2071 y 2100 aumente no solo la frecuencia de estos eventos, sino también su intensidad. Sin embargo, si las emisiones se reducen de forma significativa, el impacto global podría contenerse.
“El informe demuestra científicamente lo que mucha gente ya percibe: el clima se ha vuelto impredecible”, afirma Víctor Resco de Dios, profesor de la Universidad de Lleida. Añade que esta inestabilidad puede afectar gravemente a la agricultura y dañar infraestructuras.
Xavier Rodó, investigador del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), considera que el estudio está bien fundamentado y subraya que las consecuencias para la salud humana merecen más atención en el futuro cercano.
El informe deja claro que el desafío no es solo enfrentar el calor o el frío extremos, sino aprender a responder a los saltos bruscos entre ambos. Y aunque el fenómeno es global, sus efectos serán más duros para quienes tienen menos capacidad de respuesta.
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