Redacción: Carolina Herrera
Al darse cuenta de la existencia del triclosán, un componente químico muy dañino, en la lista de ingredientes de la pasta de dientes de su hijo, Ulla Wannemacher y Andreas Wilfinger, decidieron crear una empresa motivada por contribuir a la salud de las nuevas generaciones y al cuidado del medio ambiente.
Consolidando esta firma austriaca, de nombre Ringana; alineada con los valores de sostenibilidad e innovación, mantiene una presencia en 36 países, siendo ejemplo clave de una cosmética fresca y vegana. Que con tan solo tres décadas en el sector demuestra que al ser constantes en el nulo sacrificio de calidad ni rentabilidad, la importancia cae en la integración de las bases que conforman la identidad de la marca y su presentación al mercado.
Debido a la tendencia del autocuidado y la participación activa de la comunidad, que hoy en día están más expectantes en cuanto a la responsabilidad de las empresas con el medio ambiente, el 60% de los consumidores de belleza a nivel mundial consideran la sostenibilidad como un factor clave en sus decisiones de compra, según un estudio reciente de McKinsey & Company. Potenciando el deseo de Ringana, que desde su creación en 1996, ha impulsado su idea de fomentar que la industria de los cosméticos se forje con un cambio positivo para el medio ambiente global y bienestar individual.
Gracias a su enfoque en la innovación ha podido conectar con los consumidores conscientes y sus necesidades emergentes. Introduciendo lanzamientos de productos, donde sus fórmulas están libres de aditivos sintéticos y fragancias alergénicas, reforzando su filosofía de “no fluff, no fillers” (sin aditivos innecesarios). Garantiza seguridad, frescura y naturalidad en cada uno de ellos, reflejando sus principios éticos y sostenibles.
Con su modelo de negocio, Ringana es un claro ejemplo de cómo transformar una inquietud personal a algo mucho más grande como es el compromiso con la crisis ambiental. Redefiniendo el objetivo de la industria cosmética.