Redacción: Guicel Garrido
Un nuevo estudio internacional revela que el calor extremo, causado directamente por la actividad humana, ha tenido un impacto más devastador en la población de aves tropicales que la deforestación y otras presiones directas en las últimas décadas. La investigación, liderada por Maximilian Kotz del Instituto de Potsdam, en colaboración con el Barcelona Supercomputing Center, analizó datos de 1950 a 2020 y encontró que el aumento de días de calor extremo está directamente ligado a una reducción del 25 al 38 % en la abundancia de estas aves.
El estudio aplica un enfoque innovador de atribución climática para determinar la cantidad de calor extremo que puede ser atribuida exclusivamente al cambio climático antropogénico. Los trópicos experimentan hoy diez veces más días de calor extremo que hace unas décadas, lo que ejerce una presión fisiológica constante sobre las aves. Ante estas condiciones, las aves tropicales, con sus estrechos márgenes térmicos, intentan enfriarse evaporando calor mediante la respiración acelerada, un mecanismo que consume agua y resulta ineficaz en ambientes húmedos. Este estrés constante compromete su capacidad de reproducción y supervivencia, lo que se traduce en un declive poblacional anual.
La investigación ofrece datos alarmantes incluso en ecosistemas intactos y áreas protegidas. En lugares como la Amazonía central y la isla de Barro Colorado en Panamá, se ha observado un declive continuo de aves del sotobosque a pesar de que sus hábitats no presentan alteraciones significativas. Esto demuestra que el calor extremo se ha convertido en una amenaza activa, incluso en ambientes conservados, y subraya que el aumento de las temperaturas —especialmente los picos extremos— es un factor dominante en la pérdida de biodiversidad, que a menudo se pasa por alto en las estrategias de conservación tradicionales.
Este hallazgo exige un cambio de paradigma en la conservación. Si bien proteger los hábitats sigue siendo fundamental, el estudio destaca la urgencia de desarrollar estrategias adaptativas que consideren el riesgo térmico extremo. Esto implica redefinir las prioridades de conservación para incluir medidas específicas que ayuden a las especies más vulnerables a sobrellevar el calor, como la creación de refugios térmicos y la protección de microclimas. El clima ya no es un simple telón de fondo, sino un actor principal en la pérdida de biodiversidad que requiere una respuesta proactiva.