Redacción: Guicel Garrido
Los PFAS, un grupo de miles de compuestos sintéticos, se han ganado el apodo de “químicos eternos” debido a su persistencia en el medio ambiente. Se encuentran en una amplia gama de productos de consumo e industriales, desde ropa impermeable y maquillaje hasta dispositivos médicos y semiconductores. Su capacidad para repeler el agua, el calor y las manchas los ha hecho indispensables en la fabricación moderna, pero su resistencia a la degradación natural plantea graves preocupaciones ambientales y de salud.
La exposición a estos sintéticos se ha relacionado con una serie de problemas de salud, como colesterol alto, enfermedades tiroideas, desequilibrios hormonales, disminución de la fertilidad e incluso ciertos tipos de cáncer.
A pesar de la creciente evidencia científica que vincula los PFAS con estos resultados adversos para la salud, la regulación de estos productos químicos sigue siendo limitada tanto en la Unión Europea como en los Estados Unidos. Esta falta de supervisión ha generado una creciente demanda pública de medidas de control y eliminación más estrictas, ya que los esfuerzos voluntarios de los fabricantes han resultado insuficientes para abordar el problema.
Eliminarlos del medio ambiente es un desafío complejo y costoso. Los métodos actuales, como la filtración y la incineración, tienen limitaciones significativas. La filtración simplemente transfiere los PFAS de una ubicación a otra, mientras que la incineración requiere instalaciones especializadas y consume mucha energía. Se están explorando nuevas tecnologías, pero su eficacia y viabilidad económica aún no se han probado. Mientras tanto, la Agencia Europea de Sustancias Químicas está considerando prohibir más de 10.000 PFAS, lo que podría sentar un precedente importante para la regulación global.
La omnipresencia de los PFAS en nuestra vida cotidiana y su persistencia en el medio ambiente subrayan la urgente necesidad de una acción decisiva. Si bien el debate sobre la mejor manera de regular y eliminar estos “químicos eternos” continúa, una cosa está clara: el statu quo no es sostenible. Se necesitan con urgencia nuevas políticas, tecnologías e inversiones para mitigar los riesgos que plantean los PFAS y proteger la salud pública y el medio ambiente. El camino a seguir puede ser arduo, pero el costo de la inacción es simplemente demasiado alto.
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