Redacción: Guicel Garrido
Un nuevo estudio de la Universidad de Harvard en Estados Unidos revela que el calentamiento global ha transformado los incendios en un problema estructural que neutraliza los avances en políticas ambientales.

Durante décadas, las políticas ambientales en Estados Unidos celebraron un triunfo silencioso: motores más eficientes y centrales eléctricas reguladas lograron reducir significativamente la contaminación industrial. Sin embargo, este progreso se está esfumando. Un análisis reciente liderado por la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas de Harvard (SEAS) advierte que el humo de los incendios forestales ya está neutralizando las mejoras en la calidad del aire en amplias zonas del país.
El factor humano y el paisaje inflamable
La investigación, dirigida por la científica Loretta Mickley, analizó datos entre 1997 y 2020, concluyendo que no estamos ante una mala racha temporal, sino ante un cambio estructural. El estudio revela que aproximadamente el 65% de las emisiones generadas por grandes incendios están vinculadas directamente al aumento de temperaturas provocado por la actividad humana.
El mecanismo es tan físico como implacable: el aire caliente aumenta el “déficit de presión de vapor”, una medida que indica cuánta humedad absorbe la atmósfera de las plantas y el suelo. Al quedar despojados de agua, los matorrales y pastos se convierten en combustible altamente inflamable. Se estima que el cambio climático es responsable de hasta el 82% del área quemada en el oeste de EE. UU. desde los años noventa.
Un enemigo invisible en el torrente sanguíneo
El impacto más alarmante se traslada de los bosques a las ciudades. El humo transporta PM2,5, partículas microscópicas que tienen la capacidad de atravesar los pulmones y entrar directamente al flujo sanguíneo. Mientras que la contaminación por tráfico vehicular cayó un 44% en años recientes, la presencia de estas partículas por humo ha seguido el camino opuesto.
En estados como Oregón, Washington e Idaho, el humo impulsado por el clima ya representa hasta dos tercios del total de aire nocivo que inhala la población. Los efectos no son menores: picos de asma, complicaciones cardiovasculares y una presión constante sobre el sistema sanitario, afectando con mayor severidad a niños, ancianos y mujeres embarazadas.
Hacia una nueva gestión de la crisis
El informe subraya que tratar los incendios como eventos excepcionales es un error de planificación. Al ser ya un riesgo recurrente, las comunidades deben transitar hacia una “cultura de adaptación”. Entre las medidas propuestas destacan:
- Infraestructura urbana: Creación de refugios de aire limpio y mejora de los sistemas de filtración en escuelas y edificios públicos.
- Gestión forestal: Recuperar el uso de quemas prescritas (fuego controlado) para reducir el exceso de vegetación seca, una técnica que los pueblos indígenas han utilizado con éxito durante siglos.
- Salud pública: Integrar los pronósticos de humo en la planificación de los servicios de emergencia y ajustar horarios de trabajo al aire libre.
La conclusión de Harvard es contundente: la lucha contra el cambio climático ya no es solo una cuestión de reducir emisiones industriales, sino de aprender a respirar en un mundo donde el paisaje mismo se ha vuelto una fuente de peligro.
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