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El peligro latente de los residuos electrónicos: un desafío global 

Redacción Frida

En plena era digital, la constante evolución tecnológica nos impulsa a estar permanentemente actualizados. Así, nuevos modelos de dispositivos electrónicos inundan el mercado año tras año, acortando su vida útil en un ciclo de consumo sin fin. Este fenómeno tiene un efecto colateral preocupante: la acumulación de residuos electrónicos. 

El desecho acelerado de gadgets lleva a una problemática ambiental. Un dato alarmante revelado por la Plataforma StEP (Solving the E-Waste Problem) de las Naciones Unidas indica que en 2019 se generaron alrededor de 53,6 millones de toneladas de basura electrónica en todo el mundo, el equivalente a 350 Titanics. Estos desechos son considerados el flujo de residuos domésticos que más rápidamente crece a nivel global, una tendencia empujada por el consumo elevado y las limitadas opciones de reparación. 

Pero ¿cuál es el impacto real en nuestro entorno? Los dispositivos electrónicos contienen elementos químicos y metales sumamente tóxicos, como mercurio, cadmio y plomo. Si estos se desechan inapropiadamente, estos componentes nocivos pueden infiltrarse en el suelo y las fuentes de agua, amenazando la salud de seres humanos, animales y plantas. El informe del Global E waste Monitor subraya una realidad aún más sombría: en 2019, solo el 17,4 % de estos desechos se gestionó adecuadamente, lo que supone la liberación descontrolada de hasta 55 toneladas de mercurio al ambiente. 

La salida a este escenario desolador radica en implementar políticas estatales que prioricen el reciclaje y la correcta gestión de estos residuos. Por ahora, solo 78 naciones han desarrollado legislaciones en este sentido. Separar, reutilizar y reciclar son acciones clave que, además de ser beneficiosas para el ambiente, pueden impulsar la economía al generar nuevas industrias y empleos. 

En el caso argentino, aunque no exista una ley específica sobre esta materia, la presión social ha incentivado a algunas marcas a ofrecer servicios de reparación o incluso programas de intercambio para adquirir tecnología más reciente. Estas iniciativas surgen como respuesta a la obsolescencia programada, un diseño premeditado para que los productos dejen de ser funcionales después de un tiempo determinado. 

Para contrarrestar esta práctica, se propone una triada de soluciones: reducir, reparar y reciclar. Limitar las compras, optar por dispositivos de segunda mano, arreglar lo que se rompe y, cuando llegue el momento, descartar de manera responsable. Los puntos verdes, presentes en múltiples municipios, ofrecen un espacio adecuado para ello. A largo plazo, estas acciones no solo benefician al planeta, sino también a la economía y la salud de la población. Es una llamada a la acción, una que urge ser atendida. 

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