Redacción: Guicel Garrido
Un nuevo estudio publicado en npj Climate and Atmospheric Science ha puesto de manifiesto que el efecto de la reforestación en la temperatura local y global es más complejo de lo que se creía. Más allá del conocido secuestro de carbono, la investigación analizó los efectos físicos directos de plantar árboles, encontrando que la ubicación y el clima son factores determinantes. En zonas tropicales como la Amazonía, el Congo o el sudeste asiático, la evapotranspiración actúa como un mecanismo de enfriamiento natural. Los árboles liberan vapor de agua, disipando el calor y reduciendo la temperatura del aire circundante, un efecto similar al sudor humano. Este proceso, además, favorece la formación de nubes, amplificando el efecto refrescante y demostrando su potencial para la mitigación climática.
Curiosamente, el estudio advierte que la reforestación en latitudes altas del hemisferio norte, como el sur de Canadá o el noreste de Estados Unidos, puede tener el efecto contrario. En estas regiones, los árboles de hoja perenne absorben la radiación solar, especialmente sobre superficies nevadas, lo que puede provocar un aumento de la temperatura local. A ello se suma el riesgo de acumulación de biomasa seca que, en un clima cada vez más cálido, incrementa la probabilidad de incendios forestales. Este hallazgo subraya que no toda reforestación es beneficiosa y que una estrategia indiscriminada podría generar efectos climáticos adversos.
A pesar de los riesgos en latitudes altas, el estudio resalta otro beneficio de la reforestación en las regiones tropicales: su capacidad para actuar como barrera natural contra los incendios. En ecosistemas como las sabanas tropicales, los árboles reducen la propagación del fuego al limitar la presencia de pastizales secos, que son el principal combustible de las quemas agrícolas habituales en países como Brasil o Indonesia. Este efecto no solo protege los ecosistemas, sino que también contribuye a una mejor gestión del paisaje y a la seguridad de las comunidades locales.
Ante estos hallazgos, los investigadores proponen un cambio de paradigma: pasar de una reforestación masiva a una reforestación estratégica y selectiva. Basándose en datos de 12 modelos climáticos internacionales, el estudio identificó las zonas donde plantar árboles puede optimizar los beneficios climáticos sin comprometer la seguridad alimentaria ni el uso del suelo. La recomendación es centrarse en la recuperación de áreas recientemente deforestadas, priorizando la restauración de ecosistemas clave en lugar de la plantación indiscriminada. De esta forma, se maximizan los beneficios directos de los árboles, asegurando que su “sudor vegetal” realmente ayude a enfriar el planeta.