Carolina Herrera
La planta Samalayuca de GCC cumple 30 años como una de las instalaciones cementeras más avanzadas del país, impulsada por innovación, control de calidad y una estrategia ambiental que evoluciona hacia procesos más limpios.

En medio del paisaje desértico de Samalayuca, prevalece una de las plantas más emblemáticas de Grupo Cementos Chihuahua (GCC). Este 2025, la instalación celebró 30 años de operación, tres décadas en las que ingenieria, tecnologia e innovacion sostenible se han entrelazado para transformar a la región y a la industria.
La planta nació con una visión clara: convertir a GCC en un referente nacional y fronterizo. Para Rogelio González, director técnico de Operaciones y una de las figuras clave desde el proyecto inicial, la ubicación en Samalayuca fue una decisión estratégica desde el día uno. “Se le denominó Proyecto Frontera y fue la decisión de ubicarlo en Samalayuca dada la cercanía con Ciudad Juárez y El Paso Texa, así como la disponibilidad de materias primas”, recuerda.
El camino no fue sencillo. Samalayuca fue la primera planta de la compañía diseñada bajo un modelo organizacional completamente distinto y con el objetivo explícito de ser la más moderna del país. Integrar equipo de múltiples proveedores representó un reto técnico enorme. Como lo explica González: “Lo complicado fue integrar todos los procesos para obtener el producto final dado que los proveedores son muy celosos en compartir la configuración electrónica de sus sistemas, lo cual era necesario para integrarlas”.
A pesar de los obstáculos, el esfuerzo se transformó en un logro histórico. En 1995, la planta arrancó operaciones con tecnología innovadora para su época, como sistemas automáticos de muestreo y laboratorio robotizado para análisis de calidad. Esa precisión permitió que el cemento producido en Samalayuca cruzará fronteras y participara en obras importantes en México y Estados Unidos.
Treinta años después, la visión evoluciona hacia un enfoque más sostenible. La planta ha avanzado e la sustitución de combustibles fósiles por alternativas más limpias como plásticos, llantas, papel o cáscaras de nuez. Este cambio forma parte de una estrategia que busca reducir emisiones y hacer más eficiente cada etapa del proceso.
Para González, el verdadero motor detrás del éxito no está solo en los sistemas robóticos o los diseños de ingeniería, sino en las personas. “Un gran orgullo que hayamos podido consolidar un sueño de Alta Dirección y demostrar lo capaces que somos en México para diseñar y ejecutar un proyecto de esta magnitud en tiempo y costo”.
Hoy, Samalayuca no solo mantiene su estándar de excelencia: lo expande. Con una operación más eficiente, un enfoque sólido en sostenibilidad y una visión de crecimiento en México y Estados Unidos. La planta continúa construyendo su futuro, ahora con una mirada más verde y una base tecnológica aún más fuerte.

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