Redacción: Ximena Zarahi Moreno Luna
La carne y su impacto en la crisis climática

La ganadería, y la vacuna en especial, se han vuelto una de las locomotoras del cambio climático. Aproximadamente el 15 % del total de emisiones de gases de efecto invernadero es causado por este sector, superando incluso a todo el transporte del mundo. En otras palabras, ver en nuestra mesa un kilo de todo eso nos cuesta una cantidad exorbitante de daño ambiental: detrás del mismo hay deforestación para pastizales, agua consumida en exceso y la liberación de metano, gas mucho más potente que el CO² y acelerador del calentamiento.
Pero el impacto no termina ahí. Para sostener la creciente demanda global de carne, destruimos bosques enteros que, en condiciones normales, funcionan como los grandes pulmones del planeta, absorbiendo carbono y regulando el clima. De acuerdo con la FAO, cerca del 80% de la deforestación de la Amazonía está ligada directamente a la expansión de pastizales y cultivos destinados a la alimentación del ganado. No solo degrada el calentamiento global, también arrasa ecosistemas completos y deja miles de caras sin un lugar donde vivir. Cada hectárea perdida significa menos biodiversidad y menos capacidad natural para enfrentar la crisis climática.
El costo hídrico de la ganadería vacuna es otro de los puntos críticos. Para producir un kilo de carne de res se requieren hasta 15 mil litros de agua, cifra que resulta insostenible en un mundo donde millones de personas sufren ya por la escasez de este recurso. A esta situación se suma la contaminación de ríos y suelos por los desechos del ganado y el uso excesivo de fertilizantes en los cultivos de granos destinados a su alimentación. La huella ecológica de un filete va mucho más allá de lo que vemos en el plato.
Hoy comemos carne de res como si fuera algo normal, parte fija de nuestras mesas. Pero si seguimos este ritmo, en unas décadas podría convertirse en un lujo que pocos podrán pagar. El cambio climático no es una idea abstracta: es lo que hará que la carne suba de precio, que falte en los mercados y que millones de personas enfrentan inseguridad alimentaria. Lo que hoy llamamos “problema ambiental” muy pronto será una cuestión de justicia social y de lo que ponemos en el plato cada día.
Por eso tantos científicos insisten en lo mismo: hay que repensar la forma en la que producimos y consumimos carne. La pregunta ya no es si queremos seguir comiéndola, sino si el planeta puede resistir el costo de hacerlo. Y aunque no es fácil, hay alternativas que ya están caminando: hamburguesas hechas de plantas que saben a carne, proyectos de carne cultivada en laboratorio o, simplemente, reducir un poco nuestro consumo y abrir espacio a otras proteínas.
La decisión está en nuestras manos, en lo que elegimos comprar y cocinar. Quizá suene pequeño, pero millones de elecciones individuales juntas pueden cambiar la historia. Tal vez en 50 años miremos hacia atrás y digamos que la carne vacuna se volvió un lujo, o incluso un recuerdo. Pero lo que realmente importa es lo que decidamos ahora: si seguimos acelerando la crisis o construimos un futuro donde comer no signifique destruir.
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