En cada ciclo electoral, las calles de México se llenan de propaganda política: lonas, carteles, volantes y otros materiales que buscan captar la atención de los votantes. Sin embargo, tras las elecciones, estos materiales se convierten en «basura electoral», un problema ambiental significativo debido a su lenta descomposición, que puede tardar hasta 150 años en disolverse.
Los expertos en medio ambiente advierten que la basura electoral es un problema creciente que afecta tanto al entorno urbano como a la salud pública. En ciudades como Ciudad de México, Puebla y otras áreas urbanas, las lonas y carteles políticos abandonados tras las campañas generan toneladas de residuos que tardan décadas en desintegrarse.
La propaganda electoral está mayormente compuesta por materiales como el polietileno de alta densidad y los polivinilos, que aunque son resistentes y pueden soportar condiciones climáticas adversas, tienen una vida útil muy corta y una degradación extremadamente lenta. Esto implica que cada periodo electoral añade una nueva capa de contaminación que perdura por generaciones.
Además del impacto ambiental, la basura electoral también contribuye a la contaminación visual y al estrés de los ciudadanos. Las calles llenas de propaganda obsoleta no solo afectan la estética urbana, sino que también pueden generar un sentimiento de desorden y descuido en las comunidades. Jorge Negrete, de la Fundación para el Rescate y Recuperación del Paisaje Urbano, señala que el exceso de mensajes publicitarios y electorales en las calles incrementa los niveles de estrés en la población.
A pesar de la gravedad del problema, algunas iniciativas locales han surgido para mitigar el impacto de la basura electoral. En Ciudad de México, por ejemplo, los ciudadanos han reutilizado las lonas para crear artículos útiles como casas para perros, bolsas y carteras. Estas prácticas, aunque valiosas, son insuficientes para abordar el problema a gran escala.
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