El otro día, de camino a la escuela a Emiliano (mi hijo el mayor) por venir jugando se le cayó el chocolate que recién había comprado para el recreo, de la caída el dulce se partió en dos y el niño me dice “¡mamá, esto es la peor pesadilla del chocolate!” a lo que de manera automática respondí “¡No! Esa no es la peor pesadilla del chocolate, la peor peor pesadilla del chocolate es que no tuviera empaque y se hubiera caído al suelo”, mi hijo reviró “¡no mamá! La peor peor peor pesadilla del chocolate es que …” y así nos fuimos a la escuela, inventando las peores pesadillas para el chocolate, y cuando se nos acabaron, nos seguimos con las peores pesadillas de las paletas y cuando esas se terminaron continuamos con las peores pesadillas de los chicles.
En nuestro juego de las peores pesadillas hubo de todo: las probables, las ridículas, las asquerosas, las nada posibles, las que podrían incluirse en historias de terror maternales, aquellas que podrían calificar en “¡trágame tierra!” y otras muy chistosas. Al final, nuestra imaginación no tuvo límite y nos divertimos un rato.
Y es que las cosas a veces pueden salir mal, y también pueden ponerse peor, no por nada es tan popular la “Ley de Murphy” que en el fondo de sus supuestos se encuentra la idea de que si “algo malo puede ocurrir, ocurrirá” y que incluso ha tenido múltiples variaciones incluyendo una que me simpatiza mucho que reza algo como “la tostada siempre cae por el lado de la mermelada”, como quien dice, del lado que genere más desastre.
Y no es por desestimar o restarle valor o importancia a lo que nos sucede, pero a veces, las cosas sí pueden empeorar.
Te propongo hacer el ejercicio, juega a “la peor, peor pesadilla de…”, intenta al menos diez “peores pesadillas”, una peor que la anterior, “juega” con las ideas y ve al extremo. Quisiera aclarar que no es una invitación a prestar más atención a lo que sale mal que a lo que sale bien, ni a enfocarse de manera especial y amplificada en lo negativo, y mucho menos quedarse en la postura pesimista de la vida, simplemente hacer un “ejercicio” que nos permita plantear “otros” escenarios.
Inténtalo desde lo “peor” posible que puede pasar, hasta lo más ridículo “peor” posible que podría suceder.
¿Qué es lo peor que podría pasar?
Sin ponerse pesimista, ni optarlo como un estilo de vida, revisar escenarios catastróficos podría jugar a nuestro favor, si revisamos las posibilidades en las que algo puede atorarse e identificamos las áreas de oportunidad para anticiparnos en lo posible y considerar su resolución, digamos que planear, operar y actuar a la
“defensiva”. Y tal vez después de eso dejar ir, incluso teniendo en cuenta aquello de “que si algo puede salir mal, saldrá mal”.
Ya para llegar a la escuela y habiendo agotado las peores pesadillas altamente calóricas me dice Emi, “mamá deberíamos escribir sobre esto” y como él es bueno dibujando, le dije “¡va!, yo escribo las peores pesadillas, tú las dibujas, y las publicamos” y dijo que si, así que aquí estoy hoy compartiendo esto con ustedes.
En una próxima colaboración me gustaría plantear un desafío, en sentido contrario, ¿qué tal que todo saliera bien?
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