Redacción: MaJo Gutiérrez

En la incansable batalla contra la contaminación, un nuevo avance biotecnológico se presenta como un aliado inesperado: bacterias modificadas genéticamente que emiten una fluorescencia verde al entrar en contacto con microplásticos. Estas partículas diminutas, menores de 5 milímetros y a menudo invisibles al ojo humano, se han convertido en una amenaza silenciosa en nuestros océanos, ríos y fuentes de agua potable. Hasta ahora, detectarlas requería métodos costosos y lentos. Sin embargo, este nuevo “biosensor bacteriano” ofrece una solución rápida, económica y altamente sensible, capaz de identificar diferentes tipos de polímeros en apenas tres horas, marcando un antes y un después en el monitoreo ambiental a gran escala.
La existencia de microplásticos es una amenaza global con múltiples orígenes, desde el desgaste de neumáticos hasta la degradación de residuos plásticos. Su persistencia en los ecosistemas acuáticos los convierte en un peligro evidente, ya que las especies marinas los confunden con alimento, afectando sus sistemas biológicos y alterando cadenas tróficas completas. Además, estas partículas transportan sustancias tóxicas y bacterias patógenas, con el potencial de llegar a los humanos a través de la cadena alimentaria y el agua potable. En este contexto, una herramienta de detección accesible como el biosensor bacteriano es crucial, no sólo para localizar la contaminación, sino para diseñar políticas ambientales más efectivas y acciones de limpieza mejor orientadas.
El funcionamiento de este biosensor está basado en la bacteria Pseudomonas aeruginosa, una cepa segura y no infecciosa, el sistema integra dos genes clave. El primero activa una proteína cuando detecta partículas de plástico, mientras que el segundo desencadena la fluorescencia verde, haciendo que los microplásticos sean visibles. Este mecanismo simple y portátil no depende de laboratorios sofisticados, lo que permite su aplicación en plantas de tratamiento, zonas costeras e incluso en proyectos de monitoreo comunitario. Su bajo costo lo hace accesible para países en desarrollo, donde los desafíos de gestión de plásticos son a menudo más severos.
Más allá de su eficacia técnica, este avance representa un cambio de paradigma en la lucha ambiental. El uso de bacterias para el cuidado del ambiente no solo facilita el mapeo preciso de la contaminación, sino que también fomenta la transparencia y la participación ciudadana. Observar cómo los microplásticos “brillan” gracias a las bacterias crea conciencia sobre la magnitud del problema, incentivando cambios de hábito en el consumo de plástico. La integración de estos biosensores en proyectos internacionales podría acelerar la mitigación de la contaminación. Estas bacterias fluorescentes, que metafóricamente actúan como una “Linterna Verde”, son un símbolo de esperanza tangible: la ciencia y la innovación pueden aliarse para proteger nuestros ecosistemas con soluciones creativas y sostenibles.

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