Redacción Ismael Salgado
Aunque suene a ciencia ficción, la lluvia ácida es un fenómeno real que afecta silenciosamente a los ecosistemas y puede poner en riesgo la salud de las personas. No se trata de una lluvia que derrite todo a su paso, como a veces lo muestra el cine, pero sí es una amenaza ambiental seria. Ocurre cuando en la atmósfera se mezclan contaminantes como dióxido de azufre (SO₂) y óxidos de nitrógeno (NOₓ), generando ácido sulfúrico o nítrico que luego caen a la tierra en forma de lluvia, niebla o incluso granizo con un pH más ácido de lo normal.
Los efectos más visibles de la lluvia ácida se encuentran en los ríos y lagos, donde aumenta la acidez del agua y altera la vida acuática, también afecta los suelos, liberando metales como el aluminio que dañan las raíces de las plantas y reducen su capacidad para absorber nutrientes. Esto no solo daña los bosques, sino también los cultivos, afectando a la agricultura. A largo plazo, los desequilibrios en los ecosistemas pueden impactar a especies completas, incluso si no todas son igual de vulnerables.
En las personas, la lluvia ácida no causa daño directo como quemaduras, pero sí representa riesgos indirectos, por ejemplo, puede incrementar la presencia de metales pesados como el mercurio en peces, alterar la calidad del aire por las mismas partículas contaminantes que la causan, y provocar daños en edificios, monumentos y estructuras públicas debido a la corrosión. Además, las partículas de (SO₂) y (NOₓ) que dan origen a la lluvia ácida también están asociadas a enfermedades respiratorias cuando se inhalan.
La buena noticia es que sí podemos actuar para reducir sus efectos.
La clave está en limitar las emisiones contaminantes, sobre todo las que provienen de la quema de combustibles fósiles en el transporte, la industria y la generación de electricidad. Medidas como el uso de energías limpias, filtros en chimeneas industriales o combustibles menos contaminantes ya han dado resultados en muchos países, pero. aún queda trabajo por hacer, porque este fenómeno no conoce fronteras y lo que se emite en una región puede dañar otra a miles de kilómetros de distancia.
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