Redacción: Ximena Zarahi Moreno Luna

Cada año, cerca de mil millones de toneladas de residuos plásticos circulan y se dispersan por el planeta, acumulándose en suelos, cuerpos de agua y la atmósfera. Una parte significativa de este volumen termina fragmentándose en microplásticos, partículas menores a 3 milímetros que, por su tamaño casi imperceptible, representan uno de los desafíos ambientales y sanitarios más complejos del siglo XXI.
La evidencia científica demuestra que los microplásticos están prácticamente en todos los entornos del planeta: flotan a grandes altitudes en la atmósfera, se encuentran en los polos, los océanos, ríos y lagos, se depositan en sedimentos profundos y se mezclan con el polvo urbano que respiramos diariamente. Esta dispersión invasiva y global hace que sea prácticamente imposible evitar la exposición humana.
Diversas investigaciones médicas han confirmado que estas partículas ya se encuentran dentro del organismo humano, incluso en el torrente sanguíneo. Estudios recientes asocian su presencia con posibles afecciones pulmonares, cardiovasculares, digestivas y reproductivas, así como con ciertos tipos de cáncer. Aunque aún se investiga el alcance exacto de estos efectos, la comunidad científica coincide en que el problema representa un riesgo creciente para la salud pública.
La exposición a los microplásticos ocurre de manera cotidiana. Beber agua embotellada, utilizar utensilios de plástico, bolsas, envases, ropa sintética o incluso respirar aire urbano implica una probabilidad constante de ingerir o inhalar estas partículas. Su tamaño diminuto y su volatilidad facilitan su entrada al cuerpo humano sin que exista percepción directa de ello.
El problema se agrava por las propiedades mismas del plástico: su ligereza, elasticidad y durabilidad hacen que, una vez desechado, ocupe grandes volúmenes y persista durante cientos o incluso miles de años. Estos materiales terminan condenando ecosistemas completos, desde mares y ríos hasta extensas áreas de suelo, a procesos de degradación prácticamente irreversibles. Además, al fragmentarse, continúan dispersándose en formas microscópicas hacia el aire.
Las cifras globales refuerzan la magnitud del desafío. Cada año se producen alrededor de 960 millones de toneladas de plásticos en el mundo; casi la mitad corresponde a productos innecesarios o de un solo uso. Este sector genera cerca del 9 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, y aproximadamente el 91 % de los plásticos producidos termina como basura, ya que solo una fracción mínima logra reciclarse de manera efectiva.
El impacto ambiental comienza desde la fabricación del plástico, que depende de derivados del petróleo. Este proceso genera millones de toneladas de sustancias químicas peligrosas, como benceno, tolueno, etilbenceno, sulfuro de hidrógeno y monóxido de carbono, que contaminan aire, agua y suelo. A esto se suma la incineración de residuos plásticos, una práctica frecuente para reducir volumen, que incrementa la emisión de contaminantes y acelera la destrucción de hábitats naturales.
Aunque estrategias como el reciclaje y el desarrollo de plásticos biodegradables representan avances, expertos señalan que no constituyen una solución estructural. Los costos, la complejidad técnica y la baja eficiencia de los sistemas actuales limitan su impacto real. Por ello, organismos internacionales y científicos insisten en la necesidad de cambios profundos.
Entre las alternativas más relevantes se encuentran la modernización de la industria, la mejora de procesos químicos, el desarrollo de nuevos materiales, la innovación tecnológica para el manejo de residuos y la consolidación de la economía circular. Actualmente, se impulsan alianzas entre gobiernos, industria y sociedad civil para reducir el uso de plásticos de un solo uso, rediseñar productos para facilitar su reciclaje y fortalecer la infraestructura de reaprovechamiento.
Asimismo, se plantea la urgencia de regular estrictamente las emisiones, controlar incineraciones, mejorar la gestión de desechos y obligar a la industria a asumir un papel activo en la prevención, educación ambiental, salud pública y biorremediación. Frente a una contaminación que ya forma parte del cuerpo humano, la respuesta requiere acciones inmediatas y coordinadas a escala global.
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