Redacción: MaJo Gutiérrez

Un nuevo campo científico, la neurociencia entomológica, está revelando que los insectos tienen una inteligencia mucho más avanzada de lo que creíamos. Especies como las abejas, avispas y escarabajos demuestran tener habilidades cognitivas sorprendentes, personalidades individuales e incluso una posible sensibilidad al dolor. Investigaciones de universidades en Londres, Pilefeld y Michigan están revolucionando nuestra comprensión del mundo de los invertebrados y planteando serios dilemas éticos sobre cómo los tratamos. El entomólogo Lars Chittka, de la Queen Mary University, ha demostrado que los abejorros pueden resolver problemas complejos, como tirar de hilos para obtener alimento, una habilidad que antes se atribuía solo a animales como los cuervos.
Estos pequeños cerebros son capaces de hazañas cognitivas increíbles. Los experimentos de Chittka revelan que los abejorros aprenden tareas nuevas en cuestión de minutos y transmiten esos conocimientos a su colonia. Aún más sorprendente es la capacidad de navegación de las abejas melíferas, que pueden regresar a su colmena desde 3 kilómetros de distancia usando “mapas mentales” con puntos de referencia geográficos. Los hallazgos también se extienden a otros insectos: la investigadora Carolina Mula ha identificado patrones de personalidad en escarabajos, mientras que Emily Lauve descubrió que las avispas papeleras utilizan el razonamiento lógico para establecer jerarquías sociales sin necesidad de peleas.
Experimentos recientes sugieren que los abejorros están dispuestos a soportar temperaturas incómodas para acceder a una mejor recompensa, lo que indica que su reacción no es un simple reflejo, sino un procesamiento cognitivo del dolor. Este hallazgo tiene profundas implicaciones éticas y ya ha influido en leyes de protección animal en el Reino Unido. Los expertos advierten que si los insectos sienten, debemos reconsiderar prácticas agrícolas masivas, como el uso de pesticidas que les causan agonía prolongada.
En última instancia, estos descubrimientos no solo expanden el campo de la neurociencia, sino que también nos obligan a reevaluar nuestra relación con el resto de la naturaleza. Como señala Chittka, “subestimamos inteligencias por prejuicios de tamaño. Hoy sabemos que un cerebro de grano de arroz puede navegar, razonar y quizás sentir”. Este cambio de paradigma nos invita a reconsiderar qué significa ser inteligente y cómo tratamos a las criaturas que, aunque diminutas, demuestran poseer esta cualidad.
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