Redacción: Guicel Garrido
Una histórica ola de calor ha afectado a Noruega, Suecia y Finlandia, elevando las temperaturas por encima de los 30°C durante más de dos semanas consecutivas en algunas regiones. Este fenómeno ha sido calificado por la organización World Weather Attribution como un evento intensificado por el cambio climático.
Un análisis de la organización reveló que las temperaturas fueron 2°C más altas de lo que habrían sido sin la influencia humana, y que la probabilidad de que ocurran fenómenos similares es ahora al menos diez veces mayor. Los expertos advierten que, de mantenerse la dependencia de los combustibles fósiles, la frecuencia de estas olas de calor podría quintuplicarse para finales de siglo.
Las consecuencias de este calor extremo se han manifestado en varios frentes, afectando tanto a la salud pública como al medio ambiente. Los sistemas sanitarios escandinavos, diseñados para climas fríos, se vieron sobrecargados, con edificios que sufrieron sobrecalentamiento y complicaron la atención médica. Este problema se agrava al recordar el antecedente de la ola de calor de 2018 en Suecia, que provocó aproximadamente 750 muertes adicionales en solo cinco semanas. Los especialistas consideran que el calor extremo es un “asesino silencioso” que representa un riesgo particular para las poblaciones más envejecidas y para las infraestructuras inadecuadas.
El impacto ambiental ha sido igualmente severo. Los incendios forestales han arrasado vastas extensiones de bosques boreales, mientras que lagos y ríos han experimentado floraciones de algas tóxicas que amenazan la biodiversidad y la calidad del agua. Incluso la fauna local, como los renos, ha modificado su comportamiento, desplazándose hacia las zonas urbanas en busca de sombra, un comportamiento que pone en riesgo la supervivencia de las comunidades indígenas que dependen del pastoreo.
Este verano ha expuesto de manera cruda la vulnerabilidad de países tradicionalmente considerados seguros frente a las crisis climáticas. La falta de adaptación al calor extremo se ha revelado como un riesgo sanitario y económico de primer orden, sumándose al deterioro ambiental. La experiencia de este verano sirve como una advertencia para que estas naciones y el resto del mundo evalúen su preparación y adopten medidas más efectivas para enfrentar los desafíos que presenta el calentamiento global.
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