Columnas Deborah Buiza

Palabras que cortan: la traición detrás del chisme

Palabras que cortan: la traición detrás del chisme

Hay un hábito que se disfraza de conversación inofensiva, pero que corroe ambientes, amistades y vínculos, tanto familiares como laborales: el chisme. Ese hablar de otros, opinar sin contexto (o sacando conversaciones de contexto), repetir lo que se dijo en confidencia o en confianza, “por si acaso”, para “demostrar lealtad”, “por diversión” o “porque nos importa”. Nos hemos acostumbrado a pensar que contar lo que otro hace, dice o piensa forma parte de la convivencia. Pero no lo es. 

A veces el daño no se da a gritos, sino en susurros. En conversaciones de pasillo, en un chat, en una oficina cerrada. No hace falta levantar la voz para lastimar; basta con nombrar a alguien que no está, con aire de preocupación o falsa objetividad, para soltar juicios, suposiciones y críticas disfrazadas de un “solo quería contarte”. 

Los chismes, envueltos en frases como “te lo digo porque te aprecio” o “para que estés alerta”, no informan: contaminan. No generan lazos: dividen. Y a menudo son utilizados por personas manipuladoras que necesitan a un “mono volador”: esa figura que, consciente o no, hace el trabajo sucio de llevar, decir, cargar con historias y sembrar discordia. 

¿Te has preguntado cuántos conflictos nacieron de algo mal contado o malintencionado? ¿Cuántas veces fuiste juzgado por algo que alguien dijo sin conocer tu historia completa? 

Lo más peligroso de este hábito es que parece inofensivo. Como si decir “yo solo escuché” o “me lo contaron” nos eximiera de responsabilidad. Pero no. Participar en un chisme es como prenderle fuego a algo con guantes puestos: tú también ardes, aunque no te manches las manos. 

Y lo más triste es que quienes más dañan, a veces, están a nuestro lado: compañeros que se convierten en “monos voladores”, llevando y trayendo comentarios, fragmentos de nuestras palabras, cosas privadas, detalles que solo deberían quedarse entre quienes confiamos. 

¿Te ha pasado que alguien hable de ti a escondidas? ¿Incluso personas en quienes has confiado, que has apoyado o —peor aún— que parecían apoyarte y estar de tu lado? 

La traición duele. El cuchillo en la espalda de quien fingió ser amigo es, quizá, de lo que más duele. 

Duele no solo por lo que se dice, sino por quién lo dice. Y por quién decide prestarse a contarlo, a juzgarte, a criticarte… a tus espaldas. 

Cuando estás en una conversación y alguien empieza a hablar mal de otra persona, ¿qué haces tú? ¿Te sumas? ¿Eres quien aporta “más datos”? ¿O te quedas callada? Cualquiera de las tres cosas es terrible: tanto para la persona de la que se habla… como para ti; francamente valdría mejor seguir la máxima de “si no tienes nada bueno que decir mejor guardar silencio”. 

Lo peor es que este juego de hablar mal no solo destruye relaciones: también mina la confianza, genera tensión y aislamiento, y crea ambientes donde la colaboración y el respeto se vuelven difíciles —si no imposibles. 

Hablar de otro no es inocente. No es solo un mal hábito: es una mala práctica. Un veneno suave que contamina el ambiente… y el alma. Erradicarlo no solo cuida a los demás, te cuida a ti también. 

Hablar de alguien cuando no está es fácil. Lo valiente es hablar directamente con esa persona. Lo sano es cuidar las palabras, los vínculos y nuestra propia paz. Porque sí: el chisme no solo lastima al otro, también te aleja de tu integridad. 

Y tú… ¿hablas de los demás a sus espaldas? 

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