Justicia y Gobernanza

Pueblos originarios y su visión de adaptación

Redacción: Naomi Vargas 

En el corazón de la Sierra Norte de Puebla, la comunidad totonaca de Zapotitlán de Méndez se prepara para la temporada de lluvias.  
pueblos originarios

No lo hace con máquinas ni programas climáticos sofisticados, sino con una práctica ancestral: las faenas de agua, donde hombres, mujeres y niños limpian los cauces naturales para que el río vuelva a fluir. 

“Adaptarnos no significa cambiar nuestra forma de vida, sino fortalecerla”, dice don Julián, un agricultor que aprendió de su abuelo a leer las nubes antes de sembrar. 

Esa frase resume una verdad que los pueblos originarios repiten frente a la crisis climática: la adaptación no es solo sobrevivir, sino recordar. 

El conocimiento que la ciencia olvidó 

En un contexto global donde la temperatura del planeta supera ya los límites críticos, los pueblos originarios de México —más de 68 grupos distribuidos en todo el territorio— son depositarios de un conocimiento ecológico profundo. 

Sus prácticas, desde la milpa intercalada con árboles frutales hasta los sistemas de captación de lluvia en zonas áridas, constituyen estrategias de adaptación que surgieron siglos antes de que existiera el término “cambio climático”. 

“Los pueblos indígenas han sido gestores del territorio antes que nadie. Entienden los ciclos naturales porque viven dentro de ellos, no fuera”, explica la investigadora del INECC, Laura Zamora. 

En comunidades zapotecas, por ejemplo, los rituales agrícolas no son simples actos culturales, sino mecanismos de regulación ecológica que determinan el tiempo de siembra, cosecha y descanso del suelo. Esta relación espiritual con la naturaleza se traduce, en términos científicos, en resiliencia ecológica. 

Entre el abandono y la resistencia 

Sin embargo, esa sabiduría ha sido históricamente ignorada por las políticas públicas. Los programas de adaptación y mitigación suelen llegar desde el centro del país, con modelos uniformes que no siempre responden a las condiciones locales. 

“Nos piden cambiar nuestras semillas por otras más resistentes, pero las nuestras han resistido todo”, cuenta doña Juana, campesina mixe del norte de Oaxaca. Su comunidad conserva más de 20 variedades de maíz nativo, una diversidad que hoy es clave frente a la sequía. 

De acuerdo con datos del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), al menos el 70% de los territorios indígenas coinciden con áreas de alta biodiversidad, lo que demuestra su papel central en la conservación ambiental. Pero esa relación se ve amenazada por la deforestación, la minería y la expansión agrícola industrial. 

Justicia climática: la deuda pendiente 

La crisis climática no golpea a todos por igual. En comunidades donde el acceso al agua o la electricidad aún es limitado, las olas de calor, las sequías o las lluvias extremas tienen consecuencias devastadoras. 

Sin embargo, estas poblaciones son también las menos consultadas cuando se diseñan políticas de adaptación. “Hablar de justicia climática implica reconocer que quienes menos contaminan son los más afectados”, señala el ambientalista y abogado Víctor Godínez. 

La participación comunitaria en las decisiones sobre territorio sigue siendo insuficiente. Aunque México ha firmado el Convenio 169 de la OIT, que garantiza la consulta previa, libre e informada, en muchos casos los proyectos se aprueban sin diálogo real con las comunidades. 

La justicia climática, en ese sentido, no puede existir sin justicia social. 

Gobernanza desde abajo 

Frente a la ausencia de políticas efectivas, los pueblos originarios han creado sus propias formas de gobernanza climática. 

En la comunidad purépecha de Cherán, Michoacán, la autogestión ha permitido recuperar miles de hectáreas de bosque talado, combinando vigilancia comunitaria, reforestación y educación ambiental. 

En Chiapas, los tseltales han desarrollado cooperativas agroecológicas que protegen el suelo y garantizan la seguridad alimentaria local. 

Y en Sonora, las comunidades yaquis trabajan con universidades para monitorear los flujos del río Yaqui y proteger sus fuentes de agua. 

Estos ejemplos demuestran que la adaptación no solo es posible, sino que ya está ocurriendo —desde el territorio y la organización colectiva. 

El futuro tiene raíces 

Mientras en las grandes ciudades se debate sobre energías limpias y tecnologías verdes, en las montañas y selvas del país se practica una ecología profunda, tejida de espiritualidad y memoria. 

“Cada planta tiene una historia, y cada historia enseña cómo cuidar el mundo”, dice Luz Elena, joven wixárika que combina el arte textil con la educación ambiental en su comunidad. 

El cambio climático exige innovación, sí, pero también humildad. Escuchar a quienes han convivido con la tierra durante siglos puede ser la mayor innovación de todas. 

La verdadera adaptación no solo implica transformar los sistemas productivos o energéticos, sino reconciliar nuestra relación con la naturaleza. 

Porque, como dicen los pueblos originarios: “La tierra no se defiende, se vive con ella.” 

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