Cambio climático Clima y Crisis

¿Puede la IA ayudar al clima?

Redacción: Naomi Vargas 

La inteligencia artificial ha sido presentada como la herramienta capaz de resolver problemas complejos en minutos. Pero en la lucha contra el cambio climático, ¿qué tan real es su impacto y dónde están sus límites?
IA

La inteligencia artificial (IA) está transformando la forma en que entendemos el cambio climático. Su principal fortaleza es la capacidad para analizar cantidades gigantescas de datos en segundos, lo que permite predecir fenómenos que antes tardaban meses o años en modelarse. Hoy, algoritmos especializados procesan información climática de satélites, estaciones meteorológicas y sensores, con el fin de anticipar sequías, huracanes y fenómenos extremos. Esta anticipación permite tomar decisiones más rápidas y, en muchos casos, salvar vidas. 

El uso de IA también se ha expandido al sector energético. Sistemas inteligentes ajustan el funcionamiento de redes eléctricas para aprovechar mejor la energía solar y eólica, evitando desperdicio y mejorando la estabilidad del suministro. En ciudades con alta demanda de electricidad, la IA calcula la producción en tiempo real y dirige la energía a zonas donde será mejor aprovechada. Con ello, se reduce la dependencia de combustibles fósiles. Empresas y gobiernos la utilizan para diseñar estrategias de transición energética basadas en evidencia. 

La agricultura es otro campo donde la IA está marcando una diferencia tangible. Drones y plataformas automatizadas analizan la salud de cultivos y optimizan el uso del agua. Su impacto es directo: menos consumo de recursos y mayor eficiencia en zonas afectadas por sequías. Adaptar procesos agrícolas al cambio climático ya no es una teoría, sino una realidad impulsada por algoritmos. 

Sin embargo, la inteligencia artificial también tiene un costo ambiental. Entrenar modelos avanzados requiere grandes cantidades de energía y centros de datos que consumen electricidad las 24 horas del día. Si esos sistemas funcionan con fuentes fósiles, la huella de carbono crece. Es aquí donde surge la principal contradicción: una herramienta diseñada para ayudar al clima puede terminar contribuyendo al problema si no se usa de manera responsable. 

El potencial de la IA no debe verse como una solución mágica al cambio climático. La tecnología es una herramienta, pero las decisiones siguen siendo humanas. La innovación tecnológica solo funciona si va acompañada de políticas ambientales sólidas, transparencia en el uso de datos y una transición energética real. La IA puede ser el faro que ilumine el camino, pero la acción colectiva sigue siendo el motor del cambio. 

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