Redacción: Ximena Zarahi Moreno Luna

La sequía en México es un fenómeno que se ha intensificado durante los últimos años debido al aumento de temperaturas, la reducción de lluvias y el impacto del cambio climático. Frente a este panorama, el monitoreo satelital se ha convertido en una herramienta esencial para entender, anticipar y responder a la disminución del agua en suelos, ríos, lagos y zonas agrícolas. Gracias a plataformas como Landsat, Sentinel, NASA SMAP o el Observatorio de la Tierra, las autoridades y especialistas pueden analizar en tiempo real cómo avanza la aridez en regiones afectadas.
Los satélites permiten observar señales que, a simple vista, pasarían desapercibidas. Una de las más importantes es la medición de la humedad del suelo, un indicador clave para detectar sequías agrícolas antes de que afecten cultivos. Instrumentos como el radiómetro de microondas de la misión SMAP (Soil Moisture Active Passive) de la NASA registran la cantidad de agua contenida en los primeros centímetros de tierra. Esto permite determinar si el suelo está perdiendo capacidad de retener agua, una alerta temprana para productores y gobiernos.
Otra función esencial es la medición de la temperatura de la superficie terrestre (LST, por sus siglas en inglés). Cuando un área muestra temperaturas más altas de lo habitual, incluso en temporadas frías, puede significar estrés hídrico. Estas anomalías térmicas son detectadas por sensores de los satélites Landsat y MODIS, que ayudan a comprender qué zonas se están calentando más rápido y qué regiones requieren intervención.
Los satélites también permiten monitorear la vegetación, analizando su estado mediante índices como NDVI (Índice de Vegetación de Diferencia Normalizada). Durante una sequía, la vegetación pierde vigor, cambia de tonalidad y reduce su capacidad fotosintética. Los satélites detectan estos cambios y los convierten en mapas que muestran qué tan afectadas están las áreas agrícolas, forestales o urbanas.
A nivel hídrico, la observación satelital es crucial para evaluar la reducción en el volumen de embalses, presas, lagos y ríos. En México, imágenes de Sentinel-2 y Landsat han documentado la contracción de cuerpos de agua emblemáticos como la Presa Luis L. León en Chihuahua, la Laguna Seca en Guanajuato o el Lago Cuitzeo en Michoacán. Estos registros visuales permiten analizar tendencias de largo plazo y planificar acciones de recuperación.
El monitoreo satelital se ha vuelto tan preciso que incluso puede detectar hundimientos del terreno (tierra hundida) derivados de la sobreexplotación de acuíferos. En zonas como el Valle de México y el Bajío, los satélites de radar de apertura sintética (SAR) identifican desplazamientos milimétricos del suelo, permitiendo estimar qué tan grave es la extracción de agua subterránea.
En estados como Sonora, Nuevo León, Chihuahua, Baja California Sur y el Estado de México, los gobiernos han comenzado a integrar datos satelitales en sus estrategias de gestión del agua. Esto permite activar planes de emergencia, ajustar asignaciones agrícolas o implementar campañas de ahorro antes de que la crisis alcance niveles irreversibles.
El uso de satélites no solo ayuda a diagnosticar la sequía: también permite predecirla. Con modelos climáticos alimentados por datos espaciales, se pueden identificar patrones atmosféricos que anticipen temporadas secas, lo que da margen para planificar obras, almacenar agua o proteger cultivos sensibles.
La combinación de ciencia espacial y gestión hídrica marca un cambio profundo en la forma en que México enfrenta la sequía. Los satélites no resuelven la falta de lluvia, pero sí ofrecen una ventana privilegiada para entenderla, medirla y actuar con mayor rapidez y precisión.
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