Redacción: Ximena Zarahi Moreno Luna
La conservación, producción y libre intercambio de semillas nativas emerge como eje clave frente a la crisis climática, la pérdida de biodiversidad y la seguridad alimentaria.

Las semillas representan mucho más que el inicio de un cultivo: son el fundamento de la soberanía alimentaria, la diversidad biológica y la resiliencia de los sistemas agroalimentarios. En México, país reconocido como centro de origen y diversificación de cultivos esenciales como el maíz, el frijol, el chile y la calabaza, hablar de semillas implica también hablar de identidad cultural, conocimiento ancestral y futuro.
En un contexto marcado por el cambio climático, la degradación de suelos, la escasez de agua y la dependencia de insumos externos, las semillas nativas y criollas cobran un papel estratégico. Su diversidad genética les permite adaptarse mejor a condiciones climáticas extremas, resistir plagas y enfermedades, y mantener rendimientos estables sin requerir grandes cantidades de agroquímicos. Esto las convierte en una herramienta clave para transitar hacia modelos agrícolas más sostenibles y justos.
Durante décadas, el sistema agroindustrial dominante ha promovido el uso de semillas híbridas y comerciales, muchas veces asociadas a paquetes tecnológicos que incluyen fertilizantes sintéticos y pesticidas. Si bien estos modelos incrementaron la producción en ciertos contextos, también generaron una creciente dependencia económica para las y los agricultores, así como una alarmante pérdida de diversidad genética. La homogeneización de los cultivos ha vuelto a los sistemas agrícolas más vulnerables frente a crisis ambientales y sanitarias.
Frente a este escenario, comunidades campesinas e indígenas han desempeñado un papel fundamental en la conservación de semillas. A través de prácticas como el resguardo comunitario, el intercambio local y la selección tradicional, han protegido variedades adaptadas a sus territorios durante generaciones. Estas acciones, muchas veces invisibilizadas, sostienen hoy la base genética de la alimentación nacional.
Las semillas también están en el centro de un debate político y económico. El control corporativo sobre el mercado de semillas, así como las legislaciones que restringen su intercambio, han encendido alertas sobre el derecho de los pueblos a decidir qué y cómo producir. Diversas organizaciones sociales y académicas coinciden en que garantizar el acceso libre a semillas nativas es un componente esencial del derecho humano a la alimentación.
Además, el impulso de bancos comunitarios de semillas se ha consolidado como una estrategia clave para fortalecer la resiliencia local. Estos espacios no solo almacenan diversidad genética, sino que funcionan como centros de intercambio de saberes, formación agroecológica y organización comunitaria. En ellos se articula la ciencia campesina con conocimientos técnicos contemporáneos, generando soluciones adaptadas a cada región.
El “nuevo ciclo” agrícola al que alude este enfoque no se limita a una temporada de siembra, sino a un cambio estructural en la forma de producir alimentos. Apostar por semillas nativas implica reducir la dependencia de insumos externos, fortalecer economías locales y recuperar prácticas agrícolas que respetan los ciclos naturales. También supone reconocer a las y los agricultores como guardianes de la biodiversidad y actores centrales en la transición ecológica.
Desde una perspectiva ambiental, la diversidad de semillas contribuye directamente a la conservación de ecosistemas. Sistemas agrícolas diversos favorecen la salud del suelo, la polinización, el control biológico de plagas y el uso eficiente del agua. Estos beneficios trascienden el ámbito rural y repercuten en la estabilidad de los sistemas alimentarios urbanos y nacionales.
Sin embargo, los desafíos persisten. La falta de apoyo institucional, la presión del mercado global y la pérdida de conocimientos tradicionales amenazan la continuidad de estas prácticas. Para que las semillas sean verdaderamente el inicio de un nuevo ciclo, se requiere una política pública que reconozca su valor estratégico, fomente la agroecología y garantice condiciones dignas para quienes producen los alimentos.
Semillas para el nuevo ciclo significa, en última instancia, sembrar futuro. Un futuro donde la alimentación sea saludable, suficiente y culturalmente adecuada; donde la agricultura sea aliada de la naturaleza y no su enemiga; y donde la diversidad, en lugar de ser sustituida, sea celebrada como la mayor fortaleza del campo mexicano.

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