Columnas Ricardo Burgos

Sube y baja

Conocí en los años ochenta la zona de Santa Fe — al poniente de la Ciudad de México — cuando era una zona minera, un basurero de hecho y en donde la gente de otros lugares temía acudir por la fama de pandillerismo, suciedad y pobreza. Su transformación se aceleró con la construcción del Centro Comercial y complejos residenciales que ahora se venden la mayoría en dólares. 

Esa metamorfosis de Santa Fe hizo que miles de habitantes originales, de escasos recursos económicos, prefirieran vender sus terrenos y casas y desplazarse hacia el pueblo, que todavía existe y en donde viven personas quienes tal vez ni siquiera conocen los cientos de negocios y edificios de lujo que se encuentran ahora a unos kilómetros de donde habitan. Quienes hemos visitado el Centro Comercial, por ejemplo, podemos bajar por la zona popular y ver los contrastes. 

Ese es el más claro ejemplo de lo que conocemos como gentrificación y que en las últimas semanas se ha puesto de moda en México, pero que es un fenómeno de hace muchos años. La palabra no es nueva; fue “inventada” en 1964 por la socióloga inglesa Ruth Glass para describir las transformaciones físicas, económicas, demográficas, comerciales y culturales de algunos barrios centrales de Londres. En nuestro país, la gentrificación viene desde 1970. 

La gentrificación, como lo conocemos actualmente, es un proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de un mayor poder adquisitivo, de acuerdo al diccionario. México y todo el mundo vive este fenómeno.  

El 4 de julio pasado hubo una manifestación en la Ciudad de México contra la gentrificación en las colonias Roma y Condesa por el aumento en el costo de la vida y la transformación de esas jurisdicciones debido a la llegada de extranjeros y nómadas originales, lo que ha hecho desplazar a residentes locales. La marcha se tornó violenta y perdió su objetivo por la penetración de gente encapuchada – con el interés de aprovechar las circunstancias y desestabilizar – que hizo destrozos en comercios de la zona y se tornó xenófoba por las consignas contra los extranjeros que viven ahí y las demandas de que se hable español.  

En realidad, los culpables no son los extranjeros. Los especialistas señalan que los culpables de la gentrificación son los gobiernos porque no han sido capaces de crear políticas públicas que regulen el aumento de los precios de vivienda, alimentos y productos indispensables. Además, opinan los expertos, el Estado debe priorizar el bienestar de todos los sectores de la población, no sólo el más adinerado. 

Todos sabemos que las colonias Roma y Condesa están de moda para vivir entre la clase media y alta del país, nacionales y extranjeros, como lo fueron en su tiempo – o lo siguen siendo – Santa Fe, Polanco, Del Valle, San Ángel. Es cierto, eso ha provocado miles de desplazamientos de mexicanos a otros sitios más económicos. También es cierto que en las zonas de privilegio, los empresarios han creado infinidad de empleos. 

Tal vez la gentrificación sea el costo que tenemos que pagar por la modernidad y el desarrollo, pero para millones de personas en México es un sube y baja de nivel social y económico muy doloroso. 

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