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Tortugas como sensores de radioactividad: un nuevo estudio revela sus secretos

Tortugas como sensores de radioactividad: un nuevo estudio revela sus secretos.

Los quelonios, que incluyen a las tortugas terrestres, galápagos y tortugas marinas, son uno de los grupos de reptiles más antiguos, con una historia evolutiva de más de 200 millones de años. Adaptadas a diversos hábitats, estas criaturas poseen un caparazón óseo que no solo las protege de los depredadores, sino que también proporciona información valiosa a los científicos sobre la especie, edad y, sorprendentemente, sobre las condiciones ambientales en las que han vivido. Un reciente estudio sugiere que las tortugas pueden ser utilizadas como sensores de la radioactividad ambiental, gracias al crecimiento constante de sus caparazones.

El crecimiento lento y constante de las placas óseas que componen el caparazón de las tortugas permite a los científicos utilizar estos caparazones como una especie de archivo ambiental. A lo largo de su vida, las tortugas registran las condiciones del entorno en el que viven, lo que incluye la presencia de contaminantes y radioisótopos. Este aspecto se ha vuelto especialmente relevante en el contexto del legado de las pruebas nucleares realizadas en el siglo XX.

Desde la década de 1940, el desarrollo de programas nucleares ha supuesto un problema ambiental significativo, debido a la liberación de elementos radioactivos al medio ambiente. Las pruebas nucleares, como las realizadas en el atolón de Enewetak en las Islas Marshall, liberaron grandes cantidades de radioisótopos al aire, al agua y a los sedimentos marinos. Estas pruebas dejaron una huella duradera de contaminación radiactiva que puede ser monitoreada a través del estudio de organismos que habitan estas áreas, como las tortugas marinas.

Caso de Estudio: Atolón de Enewetak

De 1948 a 1958, se realizaron 43 pruebas nucleares en el atolón de Enewetak, lo que resultó en una significativa contaminación radiactiva. Estos radioisótopos quedaron atrapados en los sedimentos del fondo del lago del atolón y en los tejidos de los organismos marinos que allí habitan. Un estudio reciente reveló que una placa de caparazón de tortuga marina, recuperada del estómago de un tiburón tigre en Enewetak, contenía niveles elevados de uranio-235, un isótopo crucial en la fabricación de armas nucleares.

Los científicos concluyeron que la tortuga había estado expuesta a altos niveles de radioactividad debido a su alimentación en el entorno del atolón. Este hallazgo no solo confirma la presencia continua de radioisótopos en el medio ambiente, sino que también sugiere que las tortugas pueden servir como bioindicadores efectivos de la contaminación radiactiva. Además, el estudio indicó que los elementos contaminantes podrían transmitirse de generación en generación, lo que subraya la necesidad de un monitoreo continuo y exhaustivo.

Ampliación del uso de bioindicadores

El uso de tortugas como sensores de radioactividad ambiental abre nuevas posibilidades para la investigación en ecología y toxicología. Estos animales longevos pueden proporcionar registros detallados de la exposición a contaminantes a lo largo del tiempo, lo que es crucial para evaluar el impacto de las pruebas nucleares y otras actividades humanas.

Además de las tortugas, otros organismos, como los peces y sus otolitos, podrían usarse para estudiar la variación de contaminantes en el ambiente. Los otolitos, estructuras calcáreas en el oído interno de los peces, crecen de manera acumulativa y pueden almacenar información sobre la exposición a contaminantes, complementando así los datos obtenidos de los caparazones de tortuga.


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