Redacción: Ximena Zarahi Moreno Luna
Especialistas advierten que las metas climáticas para 2026 requieren mayor presupuesto, controles regulatorios y visión de justicia ambiental.

La Propuesta Ambiental 2026, presentada como la hoja de ruta para reforzar la política climática y de conservación en México, ha generado intensos debates entre organizaciones civiles, especialistas y comunidades que viven en territorios afectados por proyectos extractivos. Aunque el plan incorpora metas relevantes en materia de energías limpias, protección de ecosistemas y adaptación climática, también presenta debilidades que ponen en duda su alcance real y su viabilidad en el contexto actual.
El documento plantea objetivos como incrementar la generación renovable, restaurar zonas degradadas, fortalecer el sistema nacional de áreas naturales protegidas y crear nuevos mecanismos de financiamiento verde. Sin embargo, diversos análisis coinciden en que estos compromisos no están respaldados por un presupuesto suficiente, ni acompañados de cambios estructurales que garanticen su implementación. Uno de los puntos más señalados es la ausencia de un marco regulatorio robusto que obligue a las industrias altamente contaminantes a reducir emisiones y a pagar por los impactos que generan. Aunque la propuesta incorpora medidas para incentivar la transición energética, no plantea impuestos ambientales fuertes ni mecanismos de fiscalización que aseguren una reducción real. Esto permite que sectores como transporte, minería o combustibles fósiles sigan operando con escasos controles.
Además, especialistas en justicia climática han subrayado que el documento no incorpora plenamente la dimensión social del problema. Las comunidades más vulnerables, en particular pueblos indígenas, localidades costeras y zonas rurales con alta exposición al cambio climático, apenas aparecen mencionadas. La propuesta se enfoca principalmente en infraestructura y tecnología, sin incluir garantías de participación, consulta o beneficios económicos para quienes han sido históricamente excluidos.
Otro vacío relevante es la falta de claridad sobre los mecanismos de adaptación. Aunque se mencionan sistemas de alerta temprana, gestión del agua y resiliencia urbana, el texto no establece cómo se financiarán estos proyectos ni qué instituciones serán responsables de ejecutarlos. Esto genera incertidumbre en un contexto donde la crisis hídrica, los eventos extremos y la pérdida de biodiversidad avanzan con rapidez.
Pese a estas críticas, la Propuesta Ambiental 2026 también es vista como una oportunidad para replantear prioridades. Expertos señalan que, si se ajusta con participación ciudadana, se refuerza el financiamiento y se incorporan criterios de justicia ambiental, podría convertirse en un instrumento sólido para enfrentar la crisis climática. La clave será que el gobierno abra espacios de diálogo real, transparente y con enfoque territorial.
En un país donde los impactos ambientales se agravan cada año, contar con una política ambiciosa es indispensable. Pero sin acciones concretas, vigilancia y recursos suficientes, la Propuesta Ambiental 2026 corre el riesgo de quedarse en promesa.
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