Redacción: Naomi Vargas
La guerra no solo destruye vidas. También arrasa los ecosistemas que sostienen la posibilidad de un futuro. En Gaza, el conflicto ha demostrado que no puede existir justicia social si el entorno natural es devastado junto con las personas que lo habitan.

La crisis que atraviesa Gaza no puede entenderse únicamente como un conflicto político o territorial. La guerra ha tenido un impacto que va más allá de la pérdida humana: la destrucción del ambiente y de los recursos esenciales para la supervivencia. La escasez de agua potable, la contaminación del suelo y la desaparición de áreas cultivables han transformado un territorio ya vulnerable en un lugar donde vivir es casi imposible. Cuando un pueblo es privado del acceso al agua, a alimentos y a un entorno saludable, también se le arrebata la capacidad de decidir sobre su propio destino.
La justicia ambiental sostiene que todas las personas, sin excepción, deben tener derecho a un medio ambiente sano. Esto implica aire respirable, agua limpia, tierra fértil y recursos básicos para cubrir necesidades esenciales. En Gaza, estas condiciones se han convertido en un privilegio inalcanzable. La guerra destruye viviendas, hospitales e infraestructura, pero también bosques, agricultura y cuerpos de agua. La devastación ecológica es un golpe directo a la dignidad humana: sin territorio, no hay hogar; sin tierra sana, no hay sustento; sin ecosistemas funcionales, no hay futuro.
Investigaciones de organismos internacionales han señalado que los impactos ambientales en Gaza no son nuevos, sino acumulativos. Años de bloqueos, destrucción de cultivos y contaminación derivada de bombardeos han deteriorado progresivamente sus ecosistemas. Cuando queda destruido un campo de olivos o se impide el manejo de residuos, no es un daño colateral: es un mecanismo de presión que deja a la población sin alternativas. La dependencia total de ayuda externa no surge del abandono, sino de una imposibilidad estructural de autonomía.
La justicia social y la justicia ambiental no son luchas separadas. No puede hablarse de libertad cuando un pueblo no tiene agua para beber ni suelo donde sembrar. No puede hablarse de paz si la recuperación del territorio es inviable por contaminación o destrucción deliberada de recursos naturales. Defender los derechos humanos implica reconocer que la vida humana depende del entorno, y que la defensa del planeta es un acto de protección hacia las comunidades que lo habitan.
La reconstrucción de un territorio no comienza con edificios nuevos, sino con la restauración de los ecosistemas que sostienen a las personas. Por eso, exigir justicia ambiental en Gaza es también exigir justicia social, derecho a la vida y garantía de futuro. Levantar la voz por el planeta es levantar la voz por quienes han sido silenciados junto con su tierra. Defender la naturaleza es defender a las personas.
¿Te gustó nuestra nota? ¡Contáctanos y deja tu comentario! AQUÍ
Conoce nuestra red ANCOP Network AQUÍ














